Para comprenderlo todo, debemos remontarnos hasta 1636, cuando el shogunato Tokugawa dejó de comerciar con el oeste. Durante los siguientes 217 años, Japón tuvo muy poco contacto con el mundo más allá de sus vecinos inmediatos.
Todo eso cambió en 1853, cuando el comodoro estadounidense Matthew Perry ingresó al puerto de Tokio con cuatro cañoneras de avanzada tecnología y esencialmente exigió que Japón se abriera para el comercio.
Al darse cuenta de cuán lejos se habían quedado atrás tecnológicamente, Japón lanzó una ambiciosa campaña, enviando científicos, estudiantes e ingenieros al exterior para aprender de la cultura occidental.
Pero… ¿qué tiene esto que ver con el whisky?
Uno de los regalos que dejó el comodoro estadounidense fue un barril de 110 galones de whisky. Naturalmente, era delicioso, pero los japoneses se dieron cuenta de que no tenían idea de cómo recrearlo. Corría el año 1919 cuando Kiichiro Iwai, Responsable de Settsu Shuzo, una compañía que se dedicaba a destilar esencias y alcoholes, envió a su Masataka Taketsuru a Escocia para que aprendiera el arte de la destilación y crianza del Whisky.
Varios años después, regreso a Japón ya casado con su esposa Rita.
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